viernes, 29 de julio de 2011

EL DIVINO CALVO: UN TORERO FILÓSOFO O UN FILÓSOFO TORERO


En 1909 se inicia una de las más graves y largas crisis de la historia reciente de España. Acaso por ello, como en el siglo XVII, la crisis corre paralela con uno de los momentos más brillantes de nuestra cultura, cuya máxima expresión popular, ya el pueblo llama con fuerza a las puertas de las Cortes, sigue siendo el toreo.

Sobre este paisaje va a tener lugar la más profunda revolución del arte desde sus orígenes: Joselito y Belmonte, apolíneo el uno, el otro dionisíaco, de igual modo que Matisse y Picasso destruyen el modelado, el color y el espacio clásico, cambian e invaden los terrenos del toro y rompen los cánones de la tauromaquia de Montes.

Joselito y Belmonte ocupan toda la historia de la Edad de Oro del Toreo, pero existió una figura, Rafael, hermano de José del que Juan Belmonte en los últimos años de su vida decía: “Cuando José y yo llegamos el toreo ya lo había inventao Rafael el Gallo”

Dicen los aficionados que nunca en la historia hubo un torero más excepcional que Rafael Gómez Ortega, Rafael el Gallo.
                               (El Gallo en uno de sus peculiars pases sentado en una silla)
El escritor Néstor Luján decía de él:  El hombre más mitológico y lunático que ha dado el toreo. Y, a la vez, el más artista, más fecundo, más personal y lleno de una maestría inédita, con un instinto de genial artista; el hombre que ha llegado a la gracia del gesto más espontánea, más natural y a la vez más inspirada que se conoce”.

En una ocasión le presentó José María de Cossío a don José Ortega y Gasset y le dijo que era filósofo y uno de los más grandes pensadores de nuestro país. El Gallo, tras ser informado por José María, que tanto afecto le tenía, de lo que era un filósofo, contestó, muy respetuosamente pues siempre lo fue, con una frase que ha hecho historia: "Hay gente pa to". Esta  anécdota nos sitúa en el mundo de "El Gallo", que no podía concebir otro mundo ni otra cosa que no fueran toros, toreros, picadores, banderilleros y corridas de toros.

Irregular y medroso, provocaba entusiasmos delirantes, como cuando la faena a "Jerezano", de Aleas, el 15 de mayo de 1912 en Madrid, y escándalos tumultuosos como aquel que después de tirarse de cabeza al callejón y ante los improperios del público les contestó "Las broncas se las lleva el viento, y las cornadas se las queda uno”
                             (José Gómez "Gallito", Juan Belmonte y Rafael el "Gallo")
Aunque solo corriera una mitad de sangre calé por sus venas, por parte de su madre, a la que siempre tanto quiso y tan unido estuvo, era gitano de pura cepa. Del arte al ocaso, del triunfo a la derrota, todo pasaba al mismo tiempo y todo a su vez revuelto. Aplausos, "espantás", sentido de lo "jondo", escándalos, belleza y temor, constituían su bagaje, pero el público lo adoraba así, porque lo quería así.

Toreaba Rafael el “Gallo” en Madrid. En su primer toro hizo, además de su conocida “espantá”, una de las peores faenas de su vida torera. Llovieron almohadillas, y el público se hartó de gritarle.
Cuando el “Gallo” decaído por su suerte, volvió junto a la barrera, Vicente Pastor, que lo apreciaba mucho, se creyó obligado a consolarle. Y así, le dijo, con tal fin:


- ¡Hay que ver cómo está el público esta tarde, Rafael!...


A lo que el “Gallo” le respondió con viveza:

- Para vosotros, colosal. ¡Ya los he “dejao” a “tos” roncos”

Por él, se ha dicho, no pasaron las modas, ni pudo el paso del tiempo, pues nunca fue un torero de su tiempo, ni de ningún otro tiempo, y por esa su singularidad vivió tan cerca de todos, público y aficionados, rodeado del amor y del respeto general.

 Su puro, su sombrero de ala ancha, su forma de vestir y de andar la calle Sierpes abajo, no se han borrado de las retinas de los que pudieron conocerlo y muchas veces a la media luz de la mañana se nos hace presente en esos lugares tan queridos por él.


                                                    (Rafael en el pase del Celeste Imperio)

Acababan de celebrarse las corridas de la feria de Córdoba. Rafael el “Gallo” regresaba en el tren a Sevilla. Durante el trayecto, en el pasillo del coche-vagón tropezó con un amigo que, desde Madrid, se dirigía también a Sevilla.
Tras saludarse efusivamente, recayó la conversación sobre las corridas de Córdoba. Fue el amigo preguntando al “Gallo” por la actuación de todos los diestros que en ellas tomaron parte, así como el juego que había dado el ganado. Al fin le dijo:

- Y tú, ¿qué tal has estado? ¿Qué opinaba el público de tu actuación? A lo que el “Gallo” contestó con seguridad:

- Pues, mira, de mí sólo sé decirte que las opiniones quedaron divididas.

- ¿Entre tú y el “Bomba”? – preguntó el amigo.

- No –respondió Rafael--. Que unos se metían con mi madre y otros con mi padre.

Las reacciones de los públicos presentes en una plaza de toros son muy dispares y en ellas influyen una gran cantidad de factores: las faenas, el tiempo, el ganado...Por ello, a menudo se producen grandes manifestaciones de fervor popular en una plaza, tanto a favor como en contra.

En esta ocasión, pasamos a relatar una anécdota sucedida a Rafael Gómez El Gallo en Valladolid. Antiguamente, se tenía por práctica habitual anunciar seis toros para dos toreros.

Habiendo matado El Gallo el primero de su lote, no había tenido el ilustre torero mucha suerte y su actuación había sido más bien gris. En esto que un espectador comenzó a increparle duramente a la muerte del toro y gritaba:

- A la cárcel, a la cárcel con El Gallo...
A lo que Rafael, consciente de que aún le quedaban dos toros encerrados, respondió:
- A la cárcel...¡ qué más quisiese yo con lo que me queda ahí dentro!


En una ocasión que iba a torear en una plaza de Andalucía, Rafael El Gallo le pidió a un amigo que le buscara una pensión apartada, para no tener que soportar a la gente. Eso sí, le pidió que fuera limpia.

Cuando llegó se encontró en la cama una chinche; el fondista le aclaró que estaba muerta.

A la mañana siguiente le preguntó el dueño de la pensión si había pasado buena noche y si le había molestado algún insecto.

Rafael le contestó :

“la chinche muerta no me ha molestao, pero las que han venido al entierro se han cebao conmigo”

Una tarde terminó de torear en La Coruña donde formó un “mitin” e inmediatamente exclamó:

 «Ya estamos en Sevilla». Alguien le replicó: «pues no está lejos Sevilla», ante lo que el torero sentenció: Sevilla está onde tie que está, lo que está lejo es La Coruña...


Solia decir: " a mi no me levanta los pies del suelo na más que un toro, y eso si me pilla distraio".

No obstante, el 15 de Julio de 1.918 su amigo, el famoso aviador Pombo le invitó a ver Santander desde las alturas. En pleno vuelo le preguntó:

-¿Rafael que se siente en las alturas?, a lo que el Gallo respondió:

-Pues la verdad es que se respira a gusto, sobre todo viendo los toros tan lejos.


En cualquier faceta de la vida, siempre hay cosas que se nos antojan más fáciles de hacer y que se llevan a cabo con menor esfuerzos qe otras, que se nos atragantan. En el toreo pasa pasa lo mismo, siempre existe esa suerte, ese pase en el que el torero se ve más negado y aveces, lo trae por la calle de la amargura.

Rafael, no iba a ser una excepción:

-¿Rafael para usted cuál ha sido la suerte más dificil de hacer?

-Para mi?, alcanzar el burladero.

 
                                                (Rafael en una de sus clásicas "espantás")

El Gallo dilapidaba su dinero. No era extraño que cogiera taxis e indicara que a Paris. ¿a la calle Paris?, le preguntaban los taxistas. No a Paris de La France, decía el Gallo.

En sus últimos tiempos le tuvieron que hacer una corrida homenaje y le preguntaron a Juan Belmonte que como debían entregarle el dinero, si anual o mensualmente. Belmonte contestó que ni siquiera semanalmente, que a diario y a ser posible la mitad por la mañana y la otra mitad por la tarde.



Rafael era hijo de Fernando el Gallo y de la bailaora gaditana Gabriela Feria y hermano del inconmensurable Joselito “El Gallo”. Se retiró definitivamente en 1935 y murió en mayo de 1960. Vivió siempre en torero, porque, aunque se tirase de un quinto piso, lo piropearon un día, caería torero.

sábado, 23 de julio de 2011

CURRO JIMENEZ VERSUS ALCALDE DE LA ALGABA

Como podréis leer en este post, y aunque el titulo puede llevar a confusión, nada de lo que se escribe tiene correspondencia con la actualidad. ¿O qué pensabais?

La historia, como bien sabemos, en ocasiones tiene su parte de leyenda y su parte real. En este post creo, a mi juicio, que convergen ambas.

La historia del bandolerismo andaluz es un tema conocido por todos, personajes como Diego Corrientes, José María el Tempranillo, Los siete niños de Écija, etc,  son bien conocidos. Pero creo que no es hasta la difusión por TVE de la serie “Curro Jiménez” cuando la vida, anécdotas, fechorías, de estos personajes llega al gran público.

Este post no tiene otra intención que dar a conocer la relación entre Andrés López “ El barquero de Cantillana” y el pueblo de La Algaba, más bien con Juan de Guzmán,  otrora alcalde de nuestro pueblo.

En primer lugar, quiero afirmar, que la historia de Curro Jiménez (desde ahora en adelante por ser más conocido por este nombre televisivo) dista mucho de ser la ofrecida por televisión, pues Andrés López “el barquero de Cantillana”, no fue lo que conocemos. Siguiendo al historiador Bernaldo de Quirós, un bandolero romántico ( aquel que robaba a los ricos y se lo entregada a los pobres), ni mucho menos. Fue más bien un bandolero perteneciente al grupo de los sanguinarios, no luchó al lado de los que se aliaron con los liberales sino con los que defendían el absolutismo. Por otra parte su campo de acción no fue toda Andalucía como se refleja en la serie, sino los pueblos de Cantillana, Burguillos, Alcalá del Rio, La Algaba,… refugiándose después de sus tropelías  en la zona de la sierra de Cazalla donde terminaría abatido.

D. Juan de Guzmán, alcalde de La Algaba, fue uno más de los que se unió a otro grupo de alcaldes de la zona para combatir la barbarie del bandolero.



Y esta es la historia:

Junto a cada bandolero famoso ha existido siempre una mujer, como mínimo. Junto a Curro hubo varias. Curiosamente todas vinculadas a autoridades. María, el primer amor, quedó pronto olvidada. La remplazó Amparo, la sobrina del alcalde de La Algaba, pueblo preferido por el bandolero para sus fechorías. Se ignora cómo se conocieron. La leyenda, sin preámbulos de ninguna clase, habla de un amor inextinguible entre ambos. Amparo, además de sobrina, era víctima del alcalde algabeño, quién la mantenía en su casa esperando que al cumplir la mayoría de edad heredara una cuantiosa fortuna. Curro y Amparo se veían y amaban alguna noche que otra, cuando a él le era posible bajar al pueblo sin peligro de caer en mano de los hombres contratados para su persecución, a los cuales se habían ofrecido recompensas de hasta cuatro mil pesos por su captura.

Cierta noche mientras es buscado en el campo, Curro y su cuadrilla bajan a La Algaba. Dos hombres se sitúan estratégicamente a la entrada del pueblo, y "el Barquero" penetra en casa del alcalde, valiéndose de la complicidad de un criado. Amparo le espera preparada y le sigue a la calle, donde queda bajo la custodia de un grupo de bandidos. A continuación Curro vuelve al domicilio del alcalde y sube al dormitorio. Cuando don Juan de Guzmán -este es el nombre que le da la leyenda- abre los ojos, bruscamente despertado por la caricia de un puñal en el cuello, se cree sumergido en una de sus frecuentes pesadillas. Al darse cuenta de la realidad comienza a temblar. Pero Curro le tranquiliza. No le matará. Desea sólo que le entregue los cuatro mil pesos ofrecidos por su captura. Don Juan se levanta lentamente y bajo la amenaza del puñal en la espalda se dirige a una gaveta de la que extrae una bolsa de monedas de oro que entrega al bandido. Curro, después de guardarse el dinero, le amarra con los cordones de una cortina. Como despedida, le tanza un tajo a la mejilla que le deja cicatriz diagonal. Parece que esta es la marca de Curro Jiménez.


Así cuenta la leyenda esta proeza, agigantada sin duda al trasvasarse al romance y después al folletín. Nosotros la creemos cierta en el fondo. La leyenda raramente inventa; se limita a desorbitar hechos o a pintarlos desde un enfoque favorable al gusto del pueblo. Admitimos que, efectivamente, Curro Jiménez asaltó la casa del alcalde y le pidió los cuatro mil pesos ofrecidos por su cabeza. Ya se decía que lo mismo había hecho Diego Corrientes y otros famosos bandidos. Probablemente Curro lo había oído, aparte de que podía ocurrírsele a cualquiera. La historia ya nos cuenta que la hazaña se viene repitiendo a los largo de los siglos. Del primero que se tiene conocimiento cierto es de Coracotta, un bandolero de la época romana, merodeador por la comarca de Estepa en la provincia de Sevilla, a quien, según cuenta Bernaldo de Quirós, "hizo Augusto poner a precio su cabeza, ofreciendo una crecida cantidad a quien se la presentara, vivo o muerto. Y con un rasgo de audacia y de ingenio de seguro efecto, Coracotta, presentándose al Cesar, logró, además de la fuerte cantidad, el perdón de sus crímenes indudables" .

Amparo se traslada a vivir a Sevilla, al domicilio de Dolores Muro, una pariente lejana, donde Curro acude a visitarla de vez en cuando. No por mucho tiempo, pues pronto Amparo enferma y muere. Dolores Muro no la trataba muy bien. Existían rivalidades entre ambas, y Curro se toma venganza apuñalando a Dolores el mismo día que muere su amante. La leyenda habla de que Amparo murió a causa de un veneno lento que le suministraba su prima y que ello fue descubierto por Curro. Lo decimos, siguiendo la leyenda, por si alguien quiere creerlo.

A partir de aquí,  el más tenaz y enrabiado perseguidor de Curro Jiménez fue sin duda don Juan de Guzmán, alcalde de La Algaba.

                                                  (Area de acción del Barquero de Cantillana)

La leyenda, en el episodio que vamos a narrar, no se muestra muy benévola ni generosa con "el Barquero de Cantillana", pues recoge hechos merecedores de los más duros calificativos. Curro Jiménez actúa aquí con sadismo inaudito. Comete en una sola noche veinte asesinatos. Las víctimas son hombres enviados en su persecución por Juan de Guzmán,, es cierto, pero Curro y sus hombres les matan después de hechos prisioneros y desarmados. No damos el hecho por rigurosamente cierto, al menos en cuanto al número. Pudieran haber sido menos, tal vez siete u ocho, cifra que la tradición terminaría redondeando hasta veinte.

Don Juan de Guzmán, tras la muerte de don Rufo y don Sebastián, alcalde de otros pueblos, entre ellos Posadas, colgados de una cuerda, piensa que la próxima víctima será él y si quiere continuar viviendo no le queda más recurso que acabar con Curro Jiménez.

 Para este fin arma una partida a cuyo frente sitúa a un expresidiario apodado "Matasiete", hombre de terrible fama en la comarca por su contextura física y sus conocidos delitos, cancelados ya por la ley a consecuencia de un indulto político. En opinión del alcalde, éste es el hombre ideal para enfrentarse al bandido, tanto por su valentía como por su destreza con el puñal y el trabuco. Se dijo que don Juan de Guzmán ofreció a cada miembro de esta nueva partida dos duros diarios y cinco a "Matasiete". Es una cantidad demasiado enorme pare aquella época y resulta increíble. Con la cuarta parte se hubieran encontrado docenas de voluntarios pare aquel trabajo. El salario de un jornalero no llegaba a una peseta diaria.

Formada la partida, "Matasiete" decide subir a la sierra y establecer su cuartel general en un ventorrillo próximo al alto del Ciervo, en la serranía de Cazalla, establecimiento frecuentado por Curro Jiménez. Pero la noticia del reclutamiento de esta nueva partida no tarda en llegar a oídos del bandolero. Antes de que "Matasiete" y sus subordinados salgan del pueblo ya hay un espía de Curro vigilando. Cuando llegan al ventorrillo el hombre de "el Barquero de Cantillana" corre a comunicar la noticia a éste. Curro no está por perder el tiempo.

Pone en conocimiento a su cuadrilla y sigilosamente se acercan a las tapias del ventorrillo. Dos hombres de "Matasiete" vigilan a ambos lados del camino. "El Chato", uno de los bandidos de Curro, se acerca arrastrándose a uno de los centinelas, que se halla adormilado, y le clava un puñal en el pecho, mientras con la otra mano le atenaza la boca para evitar que grite. A continuación rodea la casa y repite la operación con el otro vigilante, haciendo gala de igual destreza. Libre ya el camino de obstáculos, "el Chato" avisa a Curro y toda la partida se dirige a la puerta. Cuando abre el ventero irrumpen en el interior y sorprenden a "Matasiete" y sus hombres embriagados o dormitando. Se asustan ante las bocas de los trabucos de los bandoleros y se entregan. Son desarmados y conducidos fuera del ventorrillo para ser colgados de los olivos, según orden de Curro. En un gesto muy novelesco "el Barquero de Cantillana" exceptúa a "Matasiete" de una muerte tan poco honrosa. Le arroja una faca y le ordena que se defienda y haga buenas todas sus bravuconerías. Pelean. "Matasiete", al tercer lance, cae con el corazón atravesado.

                                   (Solia esconderse de sus fechorias en la Sierra Norte de Sevilla)

A la mañana siguiente el pueblo de La Algaba presencia aterrorizado junto a las primeras casas el espectáculo espeluznante de veinte cadáveres de lenguas asomadas, y uno, el de "Matasiete", con un orificio en el corazón por el que sangre negra ha salido a regar una camisa sucia.
A la salida de La Algaba, camino de Sevilla, existía una posada a la que solía asistir el alcalde, don Juan de Guzmán, con ánimo, según malas lenguas, de enamorar a la posadera, Luisa, viuda temprana de muy buen ver. Don Juan de Guzmán no podía suponer que Luisa era una confidente de Curro Jiménez. Ella precisamente había sido el cauce por el que el bandolero habíase enterado de la recluta de la partida de "Matasiete". Y en ella se va a apoyar "el Barquero" para concluir de una vez con su enemigo, el alcalde de La Algaba.

Curro llega a la posada una madrugada y convence a Luisa para que se muestre obsequiosa con don Juan y concierte una cita para la noche siguiente en su dormitorio. No podía desear más el alcalde y, llegada la hora convenida, acude puntual a la alcoba de Luisa, sin la más remota sospecha de que tras las cortinas acecha Curro Jiménez, quien, tan pronto don Juan se dirige a Luisa, sentada en la cama, sale de su escondite y le coloca un puñal en el cuello. A continuación le amarra en un sillón, le insulta, le maltrata y le...

 Pero veamos cómo cuenta el suceso Hernández Girbal: "Como remate de estas palabras alza la mano y, con todas sus fuerzas, le descarga en el rostro un fortísimo golpe. El alcalde cae a tierra. Rápidamente, Curro le ata y amordaza. Luisa presencia impasible lo ocurrido, mientras don Juan la dirige una mirada de duro reproche. Ella le hace un despreciativo gesto de burla y, acercándose al bandido, le echa los brazos al cuello y comienza a besarle apasionadamente. Tal vez haya un extraño placer en conceder a otro hombre en su presencia lo que él persiguió y no pudo lograr. Los dos amantes, excitados, se aprietan furiosos, besándose y, ante los Ojos espantados del martirizado alcalde, presas de un voluptuoso delirio, sin pudor, se poseen."

Nada queda por hacer para humillar a don Juan de Guzmán. Es hora, entonces, de que muera. Curro Jiménez se asoma por la ventana y silba para que acuda su ayudante "el Chato", a quien le ordena que saque de allí al alcalde y haga lo que ya sabe.

Al día siguiente el pueblo se encontrará con otro cadáver. Don Juan de Guzmán había sido colgado de un olivo y después cargado en una mula y depositado a la entrada del Ayuntamiento. 

La muerte alevosa del alcalde de La Algaba fue su última aventura. Fue aquél un crimen que no podía pasar inadvertido. El Corregidor de Sevilla lo aprovecha para solicitar la ayuda de fuerza del Ejército, y se ponen en movimiento, según Hernández Girbal, nada menos que seis compañías al mando de un coronel, a las que se unieron los primeros guardias civiles, recién llegados a la capital del Betis, a las órdenes de don Lorenzo Contreras. Aquí la fuerza del Cuerpo, escasa, actuó embebida en las compañías de Infantería. También, según el mismo autor, figuraban en la expedición cuarenta hombres reclutados, pagados y dirigidos por el hermano del que fuera Alcalde de La Algaba.

Cuenta la tradición que Curro Jiménez logró burlar la dura persecución de las fuerzas del Ejército, con la que sostuvo algunos combates, siempre de resultado victorioso para él y sus hombres. Finalmente el bandolero se ocultó en lo más espeso de la sierra, durante unos tres meses, en espera de mejor clima. Cuando creía abandonada la persecución, decidió ir, él solo, a la venta de su amigo Galindo, a fin de adquirir información y estudiar una nueva estrategia.

Al entrar Curro en la venta no advierte la presencia de un mendigo que le mira con curiosidad. Ocupado en abrazar a su amigo el posadero no se percata tampoco de que el mendigo, sigilosamente, abandona la casa, una vez convencido de que el recién llegado es "el Barquero de Cantillana", por cuya captura tan fuerte suma se ha ofrecido.

Ya bien entrada la noche la venta es rodeada por multitud de soldados, cuyo jefe ordena esperar al amanecer a fin de que Curro no pueda huir amparado en la oscuridad. El cerco, ya próximo el alba, es advertido por la hija del ventero, quien avisa a Curro del peligro que corre. Pero éste no se inmuta. Se dirige a la cuadra y monta en su caballo "Pantalones". A una indicación suya el ventero abre el cerrojo de la puerta y al bandolero sale al galope gritando: "Paso al Barquero de Cantillana", los soldados de centinela a la entrada, sorprendidos, no saben reaccionar. Finalmente disparan, pero la precipitación con que lo ejecutan les impide dar en el blanco.


Son muchos los soldados que rodean la venta. Curro consigue cruzar por delante de varios grupos, pero cuando ya se consideraba a salvo una bala penetra en las ancas del caballo. El bandolero salta de la montura y corre a refugiarse tras un olivo, donde se hace fuerte mediante certeros disparos de su trabuco con los que consigue derribar a cuantos soldados tratan de acercarse. La situación no puede prolongarse demasiado. El cerco se va estrechando. Una lluvia de balas cae sobre él y, finalmente, Curro, sin dejar de disparar se desploma de bruces bañado en sangre.
El cadáver es llevado a la venta y colocado en un improvisado catafalco, junto a la mesa donde se monta un sencillo altar presidido por la Virgen del Carmen.


viernes, 15 de julio de 2011

LA HISTORIA DE LA MANO NEGRA (y III)

JUICIO Y EJECUCIONES





Los alrededores de la Audiencia estaban abarrotados por el gentío. Los pillos de siempre habían estado todo la noche a las puertas del edificio, con la intención de vender el "sitio" a la mañana siguiente a algún "señorito" o periodista de los venidos de todas partes del país. Hasta un duro consiguió alguno por la cesión.

Era el 5 de Junio de 1.883. Calor sofocante. La Sala era un horno, ya que era imposible tener la ventanas abiertas debido al ruido de la calle.

El Secretario da lectura de los autos, y llegado al punto en que menciona el reglamento de la Mano Negra, los defensores le interrumpen y dirigiéndose al Tribunal exigen de éste que por el fiscal se les muestre los estatutos originales de "La Mano Negra, ya que no les convencieron los presentados en su día por el juez instructor, escritos a mano, a lápiz, con páginas en blanco, correcciones y tachaduras, sin un orden ni concierto en sus apartados.




El fiscal manifiesta que para el buen orden y conocimiento "basta con un resumen" como el facilitado en su día a los defensores.

Durante 9 jornadas se suceden las intervenciones y comparecencias de los acusados y testigos. El primero en hacerlo fue Cayetano de la Cruz, que ya había intentado suicidarse en la cárcel, por los remordimientos causados por su delación.

A pesar de reconocer todos los inculpados su pertenencia a la sección de Pedro Corbacho, y algunos a la decuria de Bartolomé Gago, el maestro del Molino de la Parrilla, nadie reconoció que a su Sección se le llamara, ni siquiera entre ellos, "La Mano Negra", admitiendo todos que a su grupo se le conocía por "La Revista Social".

Este nombre bien pudo ser un "invento" de la gentes, de las Autoridades, o incluso es posible que efectivamente fuera utilizado entre ellos, no queriendo reconocer ante el Tribunal este hecho, por las innumerables fechorías, asesinatos, secuestros, incendios y delitos de todo tipo que habían sido atribuidos a esta organización.

Lo que sí se puso de manifiesto, de forma clara y tajante, por las declaraciones de algunos de los acusados, es que el Blanco de Benaocaz portaba un documento en el momento de su muerte en el cual se le reconocía que los Corbacho le adeudaban cincuenta y dos duros, por sueldos impagados.

Este documento, al igual que el parte de la orden de ejecución del "Blanco", no figuraba entre los documentos de la instrucción del caso, por haber sido quemado nada más dar muerte al mismo.

Después de nueve días, finalizó el juicio, y la sentencia se hizo publica el 18 del mismo mes:

...."Que debemos condenar y condenamos a los procesados Pedro Corbacho Lagos Francisco Corbacho Lagos, Bartolomé Gago de los Santos, Manuel Gago de los Santos, Cristóbal Fernández Torrejón, José León Ortega y Gregorio Sánchez Novoa, en concepto de autores, a la pena de muerte, que se ejecutará en el sitio destinado al efecto, en esta Ciudad y en la forma que determina el Código Penal, con la accesoria de inhabilitación absoluta perpetua si fueren indultados y no se remitiera expresamente esa pena en el indulto."

Seguía la sentencia imponiendo la pena de diecisiete años y cuatro meses a ocho más de los procesados, así como la absolución de uno de ellos, por haberse demostrado que no participó en los hechos.

Los defensores de los acusados manifestaron su intención de recurrir al Tribunal supremo, y así lo hicieron. En marzo de 1.884, la Sala Segunda del T.S., permanece reunida durante tres días, tratando este asunto. A principios de abril hace publica la sentencia. Esta es un mazazo para los condenados en Jerez. No sólo no se conmutan las penas de muertes, sino que éstas se elevan a quince.. o sea a la totalidad de los procesados, a excepción de Juan Cabezas, que fue declarado absuelto en Jerez.

Esto provoca múltiples protestas en toda España, incluso de los Colegios de Abogados, por parecer a todas luces excesiva la sentencia del TS. Es probable que el Consejo de Ministros se viera influenciado por dichas protestas, ya que decide indultar a siete de ellos. Entre estos indultados se encontraba Cayetano de la Cruz, que de todas formas no viviría el día de las ejecuciones.

Paterna de la Rivera, pueblo cercano a Jerez.

De la Casa de Postas, Joaquín, el pequeño del cochero que cubre la línea a Jerez, sale corriendo calle abajo, hasta llegar a la calle Petenera.


Hay quien dice que ese cante tiene "malfario", que atrae la mala suerte. La verdad es que muchas veces, al oírla, he sentido un inexplicable escalofrío...



Quini se para ante una puerta, y parece meditar un momento... es muy fuerte lo que sabe... ¿cómo decirlo?...

Al fin, cambia de parecer y se dirige a la puerta de al lado. Llama quedamente y aparece Manuela la del "Gordo" que, cuando ve la cara del muchacho, lo hace pasar dentro de la casa.

- Yo ya sabía desde esta mañana que algo iba a pasar hoy...ese cuervo negro no hacía más que revolotear por la calle... A ver, zagal... cuéntame...¿quieres un poco de agua?

Quini, después de beber de un jarrillo esmaltado el agua fresca de un cántaro que le ofreció Manuela, con una seriedad impropia de su edad, le cuenta:

- El Cayetano se ha "ajorcao" esta noche en la Cárcel de Jerez...

Manuela se lleva las dos manos a la cabeza... y se encoge sentada en la silla, pareciendo aún más pequeña de los que era en realidad.

- El pobre ya lo tenía ensayao, dos veces ya lo había intentao antes...¡Dios, mío, ¿como se lo cuento a la Lola?...!

Uno los ocho condenados a pena de muerte, José León Ortega, se libraría de la misma al ser posteriormente indultado por haberse vuelto loco, por los que serían siete (el mismo número de los condenados en el juicio de Jerez) los que serían finalmente ejecutados.



Día 14 de Junio de 1.884

Capilla de la cárcel pasan juntos el día los condenados...durante todo el tiempo que han estado presos, ha nacido el odio entre todos ellos. Tres de los condenados no habían participado en el asesinato. Los manjares que le fueron ofrecidos, no fueron apenas probados. Entre reflexiones, lamentos y visitas de curas transcurre el día, hasta la tarde en que un grupo de sacerdotes se ofrecen a confesarlos. Todos los hacen a excepción de Juan Ruiz que se negó a ello cortésmente; el maestro de Alcornocalejos, fué siempre consecuente con sus ideas, de hecho no pudo ver a su compañera durante todo el tiempo de su reclusión, ya que al no estar casado legalmente no le era permitida su visita, y a pesar de que la mujer quería cumplir con este requisito a fin de poder visitarle, el maestro no se prestó a ello. Sin embargo, confeccionó testamento en favor de ella, dejándoles sus pocas pertenencias y escasos ahorros.

Alrededor de las siete la gente se arremolina frente a la cárcel. Los tres verdugos visitan a los condenados. Uno era de Albacete, otro de Madrid y el tercero de Burgos, este de triste fama, ya que fue el que ajustició al "Garayo", conocido como el "sacamantecas", un asesino de mujeres de la provincia de Vitoria. En su haber figuraban veintiséis ejecuciones en los tres años que llevaba destinado en Burgos, y era el macabro introductor de unas variaciones en mecanismo del garrote , para hacerlo más efectivo y rápido.

El verdugo de Madrid, se dirigió a ellos con estas palabras:

- Amigos, no soy yo ni mis compañeros, sino la ley, quien os va a dar muerte.

Manuel Gago, enterado que este verdugo tenía la costumbre de dar un beso a los condenados antes de ejecutarlos, se dirigió a él de esta forma:

¡Te abofetearé la cara como se te ocurra darme el beso que acostumbras a dar!

A las ocho en punto, comienzan a salir de la Cárcel los condenados, rodeados por los sacerdotes.

Van apareciendo todos: Pedro y Francisco Corbacho, los también hermanos Manuel y Bartolomé Gago de los Santos, Gregorio Sánchez, Juan Ruiz y Cristóbal Fernández.

La cárcel se encontraba en la Plaza de Belén, lo que no deja de ser una ironía.

Hoy hay un pequeño parque donde estaba la cárcel hasta hace pocos años. Era un edificio grande en comparación con la casas de alrededor. Fue un convento anteriormente, y la fachada tenía esa fría simetría de los edificios militares antiguos y la austeridad de ciertas órdenes religiosas. Sobre su puerta, un enorme lápida de mármol sentenciaba: "Guarda la Ley, y tu pié no tropezará".

La Plaza estaba ocupada por una rugiente multitud, que enmudeció al aparecer los condenados en la puerta. Guardias Civiles a pié y a caballo, trataban de poner un poco de orden y mantener expedito el paso hacia las tarimas de maderas instaladas para el embarque de los presos en los carros.

Oficiales de Caballería y soldados custodian los alrededores de la prisión. Comienzan a subir en los carros, que tienen un banco situado a cada lado. Son cuatro los carros, van dos presos en los tres primeros y uno sólo en el cuarto.

A continuación se emprende la marcha hacia la Plaza del Mercado; tras los carros, caminando, van el representante de la Audiencia y los tres verdugos. A pesar de lo corto de la distancia, se hace difícil llegar por el gentío que llena todas las calles, haciendo encabritar a los caballos.

Ya en la Plaza del Mercado, (llamada así desde muy antiguo, aunque hace mucho tiempo, siglos que no existe mercado alguno en ella), los reos descienden de las carretas. Delante de un palacio de una familia descendiente de un caballero veinticuatro, se hallaba instalado un cadalso, al que se accede mediante una escalera central y otra lateral más pequeña.

La Guardia civil, a empellones con el gentío, logra abrir paso para los presos que van subiendo hacia su último destino. Siete maderos alienados, con un asiento delante de cada uno de ellos..

Comienzan a ser colocados en los asientos, y cuando los verdugos les fijan los brazos a ellos mediante correas, un silencio de muerte se posa sobre la Plaza.

Le cubren la cabeza con una capucha negra.

El silencio es total.

El representante de la audiencia, le da la orden al verdugo de Madrid, con una sola palabra: Proceda.

El verdugo se presigna, y da vueltas al torniquete de Gregorio Sánchez Novoa, el primero en morir. Un seco chasquido y todo acabó. Luego, los seis restantes.

Cuando los verdugos retiran las capuchas, un murmullo de horror brota de la multitud....ojos tremendamente abiertos, lenguas mordidas, casi cortadas, en posiciones impresionantes, rostros desencajados por el inmenso dolor.

Con este proceso y ejecuciones, se dio un golpe mortal al movimiento social y anarquista en Andalucía, aunque pocos años más tarde se produjeran algunos episodios graves con el campesinado en Jerez y en Andalucía, ya poco o nada tendrían que ver con los postulados de las Secciones de la FRTE.



Y todo esto para qué.....?


Veinte años más tarde, serían rehabilitados por la Justicia todos los condenados en el proceso de La Mano Negra. Pero a los ejecutados ya no los podía salvar ni rehabilitar nadie.









sábado, 9 de julio de 2011

LA HISTORIA DE LA MANO NEGRA (II)

DELACIONES, PERSECUCIONES Y DETENCIONES



El día 4 de diciembre de 1982, la víspera de la ejecución del "Blanco", fueron detenidos en Jerez los componentes de una Junta, en cuyos estatutos se recogía explícitamente que su objetivo era el de realizar venganzas de los obreros y campesinos contra sus patrones y "señoritos". El número de arrestados se acercaba a los setenta, si bien un par de semanas más tarde sobrepasaban el centenar.

El Capitán Oliver, al mando de la Guardia Civil y el Cte. Jefe de la Guardia Rural, Pérez Monforte, detenían y arrestaban a todo aquel que cualquier terrateniente, patrón o autoridad señalaba con el dedo como posible perteneciente a la FRTE, o simplemente como lector de la Revista Social, el periódico de esta Federación. La buena amistad que surgió entre los dos jefes, hizo incrementar fuertemente la represión de los afiliados, que había comenzado incluso antes de la llegada de ambos a Jerez.

Un buen día, Oliver anuncia a la Autoridad Judicial el hallazgo, entre los escombros de una casa abandonada, de los Reglamentos y Estatutos de La Mano Negra, lo que sería el "justificante" necesario para aumentar todavía más la represión mayor de las sufridas por los obreros en ese siglo.

Así estaban las cosas, cuando, sobre el veinte de diciembre, la familia del "Blanco" comenzó a alarmarse por la falta de noticias del mismo, y a hacer indagaciones entre sus amigos de la zona de Jerez y del Valle.

Alertado por ello, Pedro Corbacho, dispone lo necesario para que, desde Barcelona, se les comunique que Bartolomé se encontraba en esa ciudad, trabajando, en la creencia que eso les tranquilizaría y evitaría la denuncia por desaparición.

No obstante, la Guardia Civil tuvo alguna confidencia sobre los nombres de los componentes de los asociados de San José del Valle (a la que no sería ajeno el propio primo del "Blanco", Bartolomé), lo que le permitió detener a los componentes e interrogarles. Según parece, Cayetano de la Cruz, que primero tuvo la suerte de poderse sustraer a esa detención, escondiéndose en una chabola de la sierra del Valle, no pudo resistir los remordimientos y se entregó a la Guardia Civil.

El Capitán Oliver, aprovechando el estado anímico de Cayetano, con veladas amenazas y con la promesa de una sentencia corta, consiguió que confesara el crimen con todos los detalles, indicando incluso el lugar donde estaba sepultado el cadáver del "Blanco", si bien no logró que reconociera que a su sección, o ninguna otra, se le conociera por "La Mano Negra".

Jerez, ya por entonces, era un cuartel. Los Regimientos de Cazadores de la Reina, Alava y Villarrobledo, se diseminaban por el extenso municipio, sobre todo por la parte de viñas, siembra y campiña. Refuerzos de la Guardia Civil procedentes de Valencia, Madrid, Cádiz y otros lugares de Andalucía se despliegan por el centro urbano y las pedanías.

Se llegan a contabilizar cerca de seis mil detenidos en toda Andalucía, relacionados con la FRTE, sobre todo, pertenecientes de la ATC (Asociación de Trabajadores del Campo). De esos seis millares, dos se encontraban presos en Jerez.

Aprovechando esta situación, así como que la opinión pública esta muy sensibilizada desde el descubrimiento de los documentos de La M.N., el dúo formado por el Capitán Oliver y del Jefe de Rurales, Pérez Monforte, descubre y detiene, casi a diario, a componentes de algún grupo revolucionario o anarquista, a los que imputaban hechos y posesión de documentos prohibidos.¡

Aunque en la mayoría de las ocasiones no se pudiera demostrar nada de lo atribuido a los mismos, permanecerían presos hasta el juicio, siendo escasísimo el numero de declarados inocentes por el Tribunal.

La mayoría de ellos fueron deportados a Filipinas, como condena por pertenecer a asociación ilegal, y en varios cientos recayeron largas condenas en la cárcel. Los "desvelos" y "celo profesional" de ambos Jefes, se verían "recompensados" por el Estado. Oliver fue ascendido a Coronel y nombrado Jefe de Policía de Madrid en septiembre del año siguiente, y Pérez Monforte consiguió el cargo de Jefe de Aduanas, también en la capital de España.

En cuanto a la sensibilización de la población, y para un mejor entendimiento del ambiente de la ciudad, hay que hacer notar que en el Jerez de esa época, con unos 60.000 habitantes, existían dos clases de obreros, el del campo (minoritario en núcleo urbano) y el que prestaba sus servicios en la industria vinícola y sus auxiliares, que no tenía ni mucho menos la ínfima calidad de vida del primero, ya que fácilmente podía ganar hasta tres o cuatro veces más salario que él, y por lo tanto, estaba más alejado sus reivindicaciones, y hasta puede que viera esta situación como un peligro para su relativamente cómoda forma de vida.



EL TRIBUNAL POPULAR



San José de Valle, pedanía a 30 km. de Jerez. Venta del Pollo. Sentados ante una mugrienta mesa, Gregorio Sánchez y Cristóbal Fernández dan cuenta de una botella de vino mientras hablan quedamente, inclinados hacia delante. Una lamparilla de aceite junto a la botella, dobla su pequeña llama ora en una dirección, ora en la contraria, según quién habla.

Cristóbal no cesa de palparse el chaleco, a la altura del pecho, para asegurarse que su carga está firme. Como si alguien invisible les hubiera alertado, beben de un trago el último vaso, y en ese momento, se oye un silbido en el campo. Gregorio rebusca en el bolsillo del chaleco y tira una moneda sobre la mesa. Salen pausadamente, sin mirar a nadie en concreto. No hay luna esta noche. No deben haber pasado dos horas del ocaso. Caminan en silencio. Todo es obscuridad y frío, un frío que se mete en los huesos. A cosa de media legua, se desvían del camino, entran en los terrenos del rancho de los Barea y se pierden por detrás de la casa grande. Siguen caminando durante diez o quince minutos hasta que unos ladridos les sobresaltan. (nunca me acuerdo del joío perro...). se abre la puerta de una choza y una figura se recorta al contraluz:

- ¿ Aonde ze vá, zeñore?

- En buhca del bien zocial...

Es increíble lo grande que puede ser una choza... Frente a la lumbre, Bartolo talla una extraña figura en un trozo de madera., y no puede evitar que un escalofrío recorra su espalda ante la visión de los dos recién llegados y las lúgubres sombras que proyectan sobre las paredes y techo de la choza.

-Faltan muchos aún, Bartolo?.

-Han venido cuarenta y ocho hasta ahora, Gregorio-. Desde un rincón, en plena obscuridad, se oye la voz firme y autoritaria dePedro Corbacho:

-Vamos, empecemos entonces.

Se dirigen al fondo de la habitación y justo delante de una desvencijada cantarera, el vejete aparta del suelo un húmedo esterón de esparto y levanta una trampilla de madera.

Antes de bajar, Pedro se vuelve y advierte al viejo: Alerta.... no te vayas a quedar dormido.

Por una angosta escalera, bajan los tres hasta una espaciosa cueva, en las que sentados en unos bancos de madera, aguardaban los miembros de la Sección 5ª de los Trabajadores del Campo de la FTRE, braceros en su mayoría, aunque también se puede advertir que un par de ellos pueden estar en mejor posición, dada su vestimenta.

Tras los saludos de costumbre, Pedro alarga la mano hacia Cristóbal, en ademán de pedirle algo. Este se echa mano al pecho, y de entre el chaleco y la camisa saca una talega de recio paño y se la entrega. Pedro extrae de ella varios papeles sueltos y un raído libro de apuntes, y da comienzo a la lectura del acta de la reunión anterior, terminando de este modo: ... todo ello se ha cumplido como se acordó:

- Las viñas de Avelino del Pozo, han sido taladas, en el número estipulado.

- Se incendió el Cortijo de los Dolores, por la paliza y expulsión de dos miembros de la sección.

- Antonio Gutiérrez, que se quedó con fondos de la sociedad y amenazaba con delatarnos, ha pagado con su vida.

-¿Alguna queja?

Tras un breve momento de silencio, un bracero se levanta y dice: En el Cortijo de los Macías, "El Dorado", de los sesenta braceros que tenían han despedido a veinte, y se les ha recortado el sueldo a cuatro reales a los restantes.

- ¿Cuantos están afiliados?

- De los sesenta, unos treinta a esta sección y otros diez o doce a la 5ª o la 6ª.

- Que se talen cinco olivos por cada bracero. ¿cuantos hacen Juan?

- Ciento ochenta, Pedro

Ante la ausencia de más quejas, Pedro se dirige a la Sección de esta forma:

"Bueno, compañeros, ahora quiero hablaros de un asunto que no me deja dormir.

Resulta que uno de los afiliados a ésta sección se está comportando como lo haría uno de nuestros tiranos. El individuo en cuestión ha abusado de una mujer con engaños y uso de la fuerza, de una forma tan brutal que ésta se ha vuelto idiota. Esto lo ha hecho porque desde un tiempo a esta parte se ha abandonado a los vicios, sobre todo a los del juego y la bebida.

Pero con ser esto grave, no lo es todo, sino que siendo anteriormente persona de mi confianza, se encuentra en posesión de conocimientos y datos de esta Sección que podrían ponernos a todos en peligro, e incluso cuenta con un documento comprometedor.

Como quiera que no podemos permitir que uno de nosotros se comporte de forma tan poco digna, propongo se le aplique por este Sección, que a la vez es un Tribunal Popular, la pena de muerte en castigo por sus delitos, y en prevención de que no pueda delatarnos."

Un silencio pesado, espeso, parece desprenderse de las rocas de la cueva, hasta que lo rompe un bracero preguntando por el nombre del acusado.

- No debemos dar nombres hasta que se pronuncie la sentencia así nuestro voto será más justo.

Otro campesino manifiesta no haber oído nada sobre el asunto de la mujer. Ante la insistencia de los presentes, Pedro Corbacho informa que el nombre del acusado es Bartolomé Gago Campos "Blanco de Benaocaz", primo de los hermanos Gago de los Santos, Bartolomé y Manuel, presentes en la asamblea.

Las exclamaciones recorren la cueva, los murmullos y opiniones encendidas se adueñan de la sesión, hasta que Pedro Corbacho, quizá demasiado tarde, impone silencio, y ordena pasar a la votación que resulta negativa, no siendo aprobada la sentencia.

En silencio, van abandonado la cueva, en la que el aire viciado se había vuelto de pronto extrañamente amenazante.

Tres días después se presenta un bracero de los Alcornocalejos, propiedad de los hermanos Corbacho, en el Molino de la Parilla, para entregar al maestro de lugar, Bartolomé Gago un parte de la Comisión, firmado por el propio presidente, Pedro Corbacho. (Esta comisión estaba formada por los Corbacho y quizá también pertenecieran a ella el otro maestro de la sección, Juan Ruiz, y Roque Vázquez).

Reunidos los afiliados de la sección de la zona, se les da conocimiento del parte, en el cual se ordena la muerte de Bartolomé Gago Campos, a ejecutar por los dos más jóvenes de la sección y en compañía de los demás de la decuria del primo del condenado, Bartolomé Gago de los Santos. La ejecución debía ser inmediata, por tener previsto el "Blanco" su marcha hacia Benaocaz al día siguiente, debiéndose quemar los papeles que portara consigo.

Manuel Gago se lleva a su primo, con engaños, hasta la Venta del Pollo, donde se les une Gregorio, y entre vaso y vaso, oyen al "Blanco" despotricar contra los Corbacho, por una cierta cantidad de dinero que ambos les deben y se resisten a devolver. Mientras tanto, los demás van en busca de las armas y se apostan en el camino. Bartolomé, el maestro, queda en el Molino, con el consentimiento de todos.

Sobre las ocho de la tarde, y tras unos cuantos vasos de vino, Manuel, "El Blanco" y Gregorio salen de la venta. Por una vereda tan estrecha que no podían caminar uno al lado del otro, emprenden el camino de vuelta hacia el Molino.

Con el pretexto de encender un cigarro, Manuel y Gregorio se rezagan unos metros, comentando Manuel a Gregorio:

- Más vale que muera él sólo, a que nosotros también, así que no esperemos que nos avisten los apostados. Gregorio carga la escopeta y ambos disparan por la espalda al "Blanco".

Por aquellas fechas era normal que al atardecer, los campesinos llevaran consigo sus escopetas, por lo que el condenado no se sentiría preocupado por ello, y caminaba confiado en sus acompañantes.

A los disparos, acuden los que se encontraban apostados en el camino. Alguien le tapa la boca al "Blanco" para que no grite, mientras otro le secciona la garganta.

Algunos no pueden resistir la escena y vomitan... a otros se les afloja el esfínter.

Alguien se inclina sobre el Blanco y le extrae de un bolsillo un papel cuidadosamente doblado.

Se marchan cada uno por un lado, como embriagados, después que sobre Agustín Saez y Cayetano de la Cruz recayera la suerte de cavar una fosa para el cadáver.

Hasta aquí, el motivo principal, la causa del más conocido juicio contra La Mano Negra.

Luego llegaría las confidencias, las investigaciones y el juicio que costaría la vida a siete de estos hombres y la deportación a Filipinas de cientos de campesinos.

Pero eso ya pertenece a tercera y penúltima entrega, amigos.