Según
la Real Academia Española, la palabra “reliquia” que
deriva del latín reliquiae, se entiende como “el residuo que
queda de un todo, una parte del cuerpo de un santo o aquello que, por haber tocado ese cuerpo, es digno de veneración”.
deriva del latín reliquiae, se entiende como “el residuo que
queda de un todo, una parte del cuerpo de un santo o aquello que, por haber tocado ese cuerpo, es digno de veneración”.
En otros contextos tan alejados de la religión como la tauromaquia, nos encontraremos la muleta de Manolete, o el cráneo de Islero (el toro que acabó con él). En el mundo militar podemos hallar la espada Tizona que empuñó el Cid Campeador o una de las lámparas de la galera “Sultana” capturada por Don Juan de Austria en la batalla de Lepanto (luego ofrecida a la Virgen de Guadalupe).
Y así seguiríamos por los diferentes campos en los que una figura alcanza tal carisma que sus pertenencias pasan a ser el recuerdo material al que apegarse tras la muerte de tal o cual celebridad.
En un momento de su larga historia, la Iglesia Católica necesitó de diversos artículos (reliquias) que sirvieran para derrotar a los escépticos que dudaban de las crónicas vaticanas y al mismo tiempo, sirvieran para ayudar al sostenimiento de las iglesias, catedrales, etc, de la época. Así fue como surgieron multitud de reliquias en todas partes. Estableciéndose una lucha o rivalidad entre comunidades católicas para ver quién tenía la reliquia más llamativa y milagrosa con el fin de que sus fondos económicos fueran en aumento.