domingo, 18 de diciembre de 2011

60 AÑOS DEL CASO ESCÁMEZ






Aquella mañana del 22 de Diciembre de 1.951, Sevilla había amanecido con unas nubes que amenazaban lluvia. Era un día de trajín por toda la ciudad, pagas extraordinarias de Navidad, deambular de pavos y cestas de vino, que anunciaban que aquella Sevilla de inicios de los cincuenta iba superando poco a poco las consecuencias de la fratricida contienda civil.


En la calle Regina, una gitana aún vendía participaciones de la lotería de Navidad que comenzaría a celebrarse en unas horas. Todo el mundo hablaba del gordo que estaba a punto de sortearse. El ciego que vendía cupones en la esquina de la calle Sierpes, las criadas que venían de la Encarnación de hacer las compras para el día, los taxistas, cobradores de autobuses, hasta Laureano, el enano, operario del Ayuntamiento gastaba sus bromas con los transeúntes de la Plaza Nueva sobre el esperado sorteo.

Serían las 9 horas 20 minutos de la mañana cuando la radio dio la noticia de que el gordo había madrugado, el número 2.704 era la cifra agraciada y para colmo de felicidad se había repartido entre Madrid y Sevilla.



Muy pronto la noticia corrió como la pólvora por aquella Sevilla humilde de la década de los cincuenta. En la plaza del Pumarejo, José Fernando, un conocido y humilde vendedor de cabecillas de ideales saltaba de alegría cuando comprobó que llevaba una participación del gordo y le habían tocado 75.000 pts de la época.


Nos sabemos si el pobre José Fernando (con boina) cobraria su premio.


En el mercado de la Feria, hombre y mujeres gritaban de alegría ante su suerte. Incluso María Barrantes una anciana que vivía de la caridad y dormía en un chozo junto a los Caños de Carmona había conseguido 15.000 pesetas de una participación de una peseta que un señor, días antes, le había regalado en la Huevería de Rafael.
En la calle Faustino Álvarez nº 21, dónde vivían unas treinta familias muy modestas, todo eran gritos y copitas de anís, solo dos familias a las que el 2.704 les pareció un número muy feo no habían sido agraciadas.
En los Telares de Carrillo, propiedad del Señor José Carrillo y Bravo-Ferrer muchos humildes obreros habían parado el trabajo ante el jolgorio por su suerte. Incluso hasta en el Manicomio de Miraflores la alegría de José María y Emilio daban la nota en la rutinaria vida de los residentes en el psiquiátrico.

En Triana, calle Santa Ana, en el centro farmacéutico Angelita dependienta de 25 años, que por la mañana había comprado lotería en San Juan de la Palma fue agraciada con el gordo y lloraba de alegría ante la futura compra de un piso que sacara de la estrechez a su familia.




...y Angelita, ¿pudo comprar el piso a su familia?



En la calle Sol, Pepe Viera era una pura alegría en el bar de San Marcos en el que trabajaba como camarero. Ni qué decir, que no faltaron ese día las invitaciones en el bar.
Por toda la ciudad y algunos pueblos de la provincia, aparecían agraciados que no ocultaban su alegría. Humildes trabajadores que habían comprado su participación anual de una peseta.

Rápidamente, el centro de Sevilla fue ocupado por cientos de periodistas ávidos de noticias. Se supo que el gordo había sido dado por la Administración “La Europa” regentada por Miguel Escámez Arquero. Al que ya los sevillanos consideraban el Rey Mago de Sevilla. Este señor comentó a los periodistas que el premio estaba muy repartido pues había sido vendido casi en su totalidad a gente humilde en participaciones de una peseta. Para colmo de bienes, anunció que igualmente, había dado la aproximación, es decir, había vendido el 2.703.

Los días siguientes, los agraciados comenzaron a cobrar sus premios en el banco y algunos en la misma administración. Como era lógico comenzaba la Navidad y esa no sería igual que otros años. El premio había hecho felices a muchos sevillanos, la mayoría de las clases más humildes.

Muy pronto, en los días posteriores, comenzaron las sospechas entre banqueros y policía, pues se habían registrado en los bancos, entre premios cobrados o participaciones más de cuatro mil cuando se suponía que, según las noticias, por lo que había salido, las participaciones ascendían a 1.030. Es decir, algo raro estaba ocurriendo, ¡casi “toda Sevilla” tenía participaciones!.

El señor Escámez era un personaje de 73 años que vivió a todo lujo en la calle Carlos Cañal. Su enorme figura era muy conocida y popular en Sevilla. Por sus gruesas manos habían pasado muchos negocios y era un perfecto conocedor de la maquinaria de la lotería, además de administrar la Europa, tenía otra en San Pablo al haber casado en segundas nupcias con una viuda que tenía una administración de loterías. La de Doña Francisquita.

En breves días, un grupo de personas de la delegación de Hacienda y policía, ante las sospechas que ya se esparcían por la ciudad, montaron en un coche oficial y a la orden: ¡a la Europa! se presentaron ante el Sr. Escámez.

Miguel Escámez y sus empleados: Manuel Barba y Antonio García, fueron llevados ante el juez para prestar declaración. Ni que decir tiene que al cruzar la plaza de La Campana y ante la muchedumbre allí congregada fueron objetos de vituperios y otros insultos mayores, salvándolos la autoridad de ser linchados por la muchedumbre.

EL BIZCOCHO SE HABÍA DESCUBIERTO.

El Sr. Escámez, en colaboración con sus empleados, mandaba a una imprenta de Triana a hacer las participaciones, algunas sin fechas para el bizcocho, y así hacía más participaciones de las debidas en cada número, si tocaba un premio pequeño pagaba con las ganancias de las demás participaciones fraudulentas realizadas de otros números. Lo que nunca esperaba este pícaro era que pudiera salir el gordo, como así fue, entonces fue cuando se descubrió el bizcocho como ellos mismos dijeron en el juicio.

El Sr. Escámez fue condenado a 20 años de prisión y sus empleados a tres por su colaboración en el fraude y estafa.
Lo que para unos fueron días de felicidad para otros se convirtió en una verdadera pesadilla. Los pícaros del renacimiento, aún seguían pululando por la Sevilla de mediados del siglo XX.

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